Pagina Principal Historias Galeria Fotografica Noticias del Valle Blogs
 

Flavio Rizo

Por Diana Prieto

Como rutina diaria, Flavio Rizo se presenta afuera de un Home Depot en una esquina del Valle de San Fernando a las 6:15 a.m. con la esperanza de encontrar trabajo.   

Rizo, salió de México hace nueve años. Ahora, a sus 64 años de edad, tiene sólo una meta: trabajar para pronto retirarse, regresar a su amada tierra y disfrutar con su familia.  

“Me partió el alma cuando llegó el día de Reyes y yo no tenía con qué comprarle juguetes a mis hijos”, dijo Rizo entre lágrimas.  

Las dificultades financieras que enfrentaba su familia obligaron que Rizo se fuera de país,a dejando atrás a su esposa y seis hijos.  

Cuando Rizo vivía en la ciudad de México, trabajaba en la compañía Ford y tenía casa propia. Mantener ese trabajo estable le permitió proveer todo lo necesario a sus hijos, pero cuando Ford decidió mudar su planta a Hermosillo, México, recibió un cheque de liquidación y tuvo que buscar otro trabajo.  

Desde que perdió su trabajo, Rizo pasó momentos muy difíciles. Abrió una juguería con su esposa, pero con seis hijos, el dinero les alcanzaba sólo para comer.  

Recuerda que incluso llegó a tomar el consejo de un amigo y se hizo pasar por invidente en la Plaza Garibaldi para poder darle de comer a sus hijos.  

“El hambre es más fuerte que el miedo”, comentó Rizo, antes de agregar que se ponía un traje y lentes oscuros, y cantaba en la plaza para los turistas.  

En aquellos años, Rizo tenía un amigo que vivía en EE.UU. que trabajaba como jornalero. Su amigo le contaba que podría hacer mucho dinero en EE.UU. y ofreció ayudarle pagando los gastos para cruzar, con la condición que le pagara cuando trabajara.  Rizo aceptó la ayuda de su amigo por los apuros económicos que tenía.  

“Cuando uno sale, es terrible”, señaló Rizo. “Es terrible porque uno sabe que no va a regresar en una semana, dos semanas o un mes. Es un año o más”.  

Al salir de su casa, Rizo cargaba un cambio de ropa y 700 pesos en su cartera, que equivalían a $60 en ese entonces. Fue por avión de ciudad México a Tijuana, donde su amigo ya había contactado a un coyote.  El coyote les cobró $900 para pasarlos por los cerros.  

“Viene uno como gelati- na, todo tiembla”, recordó Rizo, quien agregó que caminaron por más de 15 horas sin detenerse y vio cadáveres en el camino.  

“Voltea uno para atrás y ve a los hijos que le están pidiendo pan y nadie les da”, agregó.
Rizo empezó a trabajar a los pocos días de llegar a EE.UU., pues tenía la obligación de pagarle a su amigo el costo de su viaje.  

Llegó a Northridge, donde vive con su amigo y otros compañeros. En el lapso de unos días, Rizo descubrió que la vida en Estados Unidos no era tan maravillosa como la que le habían pintado.  

“Es muy diferente el trabajo aquí al de allá”, dijo Rizo. “Allá está uno acostumbradoa trabajar a un ritmo moderado y aquí no, aquí es muy rápido y pesado”.  

Él considera que ha tenido suerte con las personas que lo contratan en los nueve años que tiene trabajando en las esquinas del Valle de San Fernando, porque afortunadamente siempre le han pagado. “Yo siempre les digo día trabajado, día pagado”, señaló.  

La gran dedicación por parte de Rizo lo ha ayudado, ya que tiene personas que lo  contratan regularmente. En los nueve años que Rizo lleva en Los Ángeles, ha regresado cuatro veces a la ciudad de México para ver a su familia y ha sido capturado tres veces por oficiales de inmigración.  

La primera vez fue capturado en Tucson,  después de pasar dos noches y un día en el desierto. La segunda vez lo encontraron dentro de la cajuela de un auto, donde estuvo varias horas aguantando el sofocamiento. La última ocasión fue capturado usando una tarjeta de residencia permanente de otra persona.  

“La soledad es lo que más mata”, dijo Rizo.  

Rizo ha pasado largos días trabajando bajo el sol, so- portando insultos y a veces malos tratos o malas caras por parte de los patrones, pero para él cualquier sacrificio vale la pena para poder enviar dinero a su familia.  

Tras unos años, Rizo se ha convertido en un modelo a seguir para algunos de sus compañeros.  

“Él nunca se mete con nadie, yo nunca lo he visto pelear por un trabajo”, comentó uno de sus compañeros jornaleros, que pidió mantener su anonimato por su estatus legal.  

“El señor Rizo siempre ha puesto a su familia primero”, dijo otro compañero jornalero. “Por eso es que se ha mantenido lejos de los vicios del alcoholismo y las drogas”.  

Los nueve años que ha pasado en EE.UU. lo han ayudado a apreciar aún más a su familia.

Ahora Rizo no sólo tiene seis hijos, sinoocho nietos. Se siente orgulloso porque se ha ganado todo lo que tiene viviendo honradamente, con el trabajo de sus manos, el sudor de su frente, el sacrificio de vivir alejado de la familia y con la tortura de la soledad.  

A pesar que el “sueño americano” no es lo que Rizo creía, nunca ha perdido “la esperanza de salir de pobre”. Él dice que vive en el país de los sueños, pero con el constante miedo de que un día lo echen con las manos vacías.  

“Afortunadamente, la creencia en la fe es lo que lo ayuda”, concluyó Rizo, quien piensa que sus sacrificios valen la pena porque sus cinco hijos se han graduado de técnicos de computación. “Agarra uno fuerzas para continuar otra vez, porque caes una, dos, tres veces pero te levantas uno y otra vez a seguir luchando. Sólo los cobardes y los mediocres ya no siguen luchando”.

Adolfo Flores/ El Nuevo Sol
Flavio Rizo, inmigrante mexicano, es un jornalero se presenta todos los días a las 6:15 a.m. al frente de un Home Depot con la esperanza trabajar.