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Dos doctores luchan contra la tortura Era una mañana más en la corte de inmigración, cuando un joven africano, que había llegado a Estados Unidos escapando de una guerra civil que devastó su país durante 20 años, explotó ante la insistencia de la entrevistadora en repetir detalles sobre la tragedia que vivió. Tras unas cuantas preguntas se descontroló y terminó la entrevista ocultándose debajo del escritorio. Luego de escapar de los guardias que trataron de controlarlo, salió del edificio y se refugió en las ramas de un árbol. Horas después, en un hospital y con calmantes en el sistema, declararía que no recordaba nada acerca del incidente. Su caso es uno entre las miles de personas que llegan anualmente a Estados Unidos tratando de dejar atrás un pasado traumatizante, pero que lamentablemente nunca logran escapar de los fantasmas inclementes de su memoria. De acuerdo con la Oficina de Estadísticas de Inmigración del Departamento de Seguridad Interna, más de 41 mil personas fueron admitidas como refugiados en EEUU en el 2006 y a más de 26 mil se les concedió asilo. El 24 por ciento de los asilados que escogieron ese año vivir en California, lo convirtieron en el segundo estado con más asilados después de Florida. Afortunadamente, dentro de ese panorama sombrío existe una cadena de centros dedicados a ofrecer a las víctimas de tortura desde atención médica y psicológica, hasta comida y ropa. De esta cadena de centros, el más antiguo es el Programa para Víctimas de Tortura (PTV), fundado en 1980 por el doctor José Quiroga y la egresada de CSUN, Ana Deutsch, en Los Ángeles. Quiroga, quien llegó a Estados Unidos en 1977 para trabajar como investigador en la Escuela de Salud Pública de UCLA, fundó dos años después el grupo médico de Amnistía Internacional (AI), cuyo objetivo era documentar los casos de víctimas de tortura entre los refugiados que vivían en el país. “Después se cambió la orientación del grupo, porque inmediatamente después de hacer la evaluación inicial fue evidente que nosotros necesitábamos hacer más que la evaluación”, comentó Quiroga, quien fue médico del ex presidente chileno Salvador Allende hasta que éste se suicidó en frente suyo en 1973, durante el golpe de estado encabezado por Augusto Pinochet. “Había que tratar de ayudar a la gente. Así es como empezó el grupo”. “Nosotros aprendimos trabajando”, comentó Deutsch, quien emigró con su familia de Argentina luego de recibir amenazas de la dictadura militar durante el periodo conocido como la “Guerra Sucia” (1976-1982) y estudió una maestría en consejería intercultural en CSUN. “Es un campo nuevo dentro de la psiquiatría. En los últimos 20 años se ha estado desarrollando y los últimos 10 años han sido una explosión”. Aunque la Declaración Universal de Derechos Humanos fue aprobada por unanimidad en la Asamblea General de las Naciones Unidas del 10 de diciembre de 1948, luego de las atrocidades cometidas por la Alemania Nazi, cálculos de AI estiman que actualmente el 70% de los países practican tortura sistemáticamente. Además de los casos en prisioneros de guerra o acusados de terrorismo, existe otro tipo de tortura que ocurre en democracias, comúnmente a nivel de abuso policial o en las cárceles. “Por lo menos que yo conozco: Ecuador y México”, dijo Quiroga. “En Ecuador el 70 por ciento de personas que llegaron a centros de detención habían sido torturados. En México, donde existen grupos étnicos significativos, como en Oaxaca y Chiapas, donde la población indígena ha tomado alguna posición política y está pidiendo mejoras, básicamente el ejército y la policía los reprime”. Según Quiroga, la humanidad ha progresado mucho en el tema de derechos humanos. Comparando la aceptación de la tortura como método legal interrogativo en los siglos XVI y XVII, su ilegalidad desde 1948 indica un claro avance, haciendo de la tortura algo rechazado y que necesita ser ocultado. “Resulta que del momento que tienes una persona en detención”, comentó Quiroga sobre la actual guerra contra el terrorismo, “la haces desaparecer y la torturas, ya no puedes presentar en la corte ninguna evidencia que sea parte de su confesión porque por ley internacional no es aceptable. Ese es el gran problema de Estados Unidos en este momento”. Sin embargo, el problema no es único de Estados Unidos. Según cuentan los fundadores de PTV, la organización ha atendido gratuitamente víctimas de todos los rincones del planeta. “Probablemente los primeros diez años la mayoría era centroamericana”, dijo Quiroga. “En este momento alrededor un 50 por ciento son de África y el resto lo completa gente de todo el resto del mundo”. Esta organización ha servido de apoyo a todas estas víctimas, no solamente psicológica y médicamente, sino también en otros aspectos básicos de la vida. “Nuestros clientes están en el proceso de aplicación para asilo”, comentó Shoshana Martínez, quien trabaja en PTV desde hace tres años encargándose de casos de tortura. “Están legalmente en el país durante ese tiempo, pero muchas veces no tienen permisos de trabajo y/o no son candidatos aptos para cualquier beneficio público, como el ‘welfare’. Están en una posición muy difícil porque no se les permite buscar trabajo, así que nosotros los ayudamos a encontrar soluciones.” A pesar de todas las limitaciones económicas y de personal, PTV se ha mantenido por casi tres décadas en su batalla contra los abusos a los derechos humanos. No obstante, sus fundadores son optimistas que en un futuro no muy lejano los servicios del programa no serán necesarios. “Por mí que desapareciera”, concluyó Quiroga. “Pero mientras sea necesario, lo más importante sería expandir el crecimiento del programa para abarcar un poco más de gente. Hay que sistematizar mucho más todo lo que hemos hecho hasta ahora, y enseñar a la gente cómo identificar a las víctimas y qué hacer con ellas”.
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