Relatos del taller de carpintería: vocación de ayuda
Por Alondra Hernández
Su frustración es notable. Hace 15 días que Casa Hogar Las Memorias no recibe donaciones de madera. Los deshechos que sobran fue lo último recibido. Desgraciadamente, esa madera se parte en dos al clavarla y no es de mucha ayuda para construir las casitas de perro, las cuales venden a por lo menos 100 pesos (aproximadamente 10 dólares) para ayudar con los gastos del lugar.
“Por esas casitas nosotros vivimos, y además nos ayuda psicológicamente y mentalmente”, dijo Onofre José Hernández Rubio, el encargado del taller.
Rubio (como le llaman en el albergue) tiene 44 años de edad y es originario de Tijuana, México. Conoce el albergue desde que abrió, ya que ha ingresado como paciente varias veces por su adicción a las drogas.
A Rubio no sólo lo frustra la falta de madera, sino que también lo deprime cuando no hay trabajo en el taller, ya que hay muchas necesidades dentro del albergue. Lo que más le preocupa es que no haya dinero para llenar el tanque de gasolina de la camioneta que el albergue utiliza para transportar a los pacientes al hospital.
“Si no hay madera, no hay casitas, no hay gasolina”, comentó.
El taller, localizado en el patio trasero del albergue, comenzó con sólo una máquina para cortar madera, pero poco a poco los mismos pacientes han sacado adelante el taller para continuar con el oficio de construir casitas de perro, aunque eso signifique usar pintura vieja, navajas sin filo y pedazos de madera.
Más que un taller, lo considera como un espacio en donde puede despejar su mente y convivir con sus compañeros. Si no está construyendo casitas de perro o creando figuras, que es lo que más le gusta, utiliza el espacio para pensar, leer y escribir.
“Tengo que tener mi mente activa, porque si mi mente está pensando en cosas negativas, es cuando me entra la obsesión y me [quiero] drogar”, explicó Rubio, un adicto a la heroína que hoy en día intenta olvidar el pasado que vivió.
Su pasado no ha sido fácil.
Sólo falta ver las cicatrices de su cuerpo para darse cuenta que su pasado es como sacado de un relato que a veces parece muy desgarrador para creer. Sus brazos están llenos de cicatrices que señalan las veces que ha intentado suicidarse. Su estómago aún tiene rastros muy notables de cuando fue disparado varias veces con una metralleta en venganza por haber acuchillado a un estudiante en una preparatoria de San Diego, después de haber recibido un golpe en la cabeza con una charola a la hora de la comida.
Su mente no funciona tan rápidamente como alguna vez lo hizo, y eso se debe a que Rubio consumió mucho cristal, lo cual le dañó el razonamiento. No sólo eso, sino que pasó ocho años de su vida en una cárcel.
Sin embargo, su historia tiene cicatrices mucho más profundas. Fue criado por su hermano mayor en Tijuana, y a los 11 años se fue a vivir con su mamá en Los Ángeles. Para entonces él ya conocía las drogas, porque observaba a sus primos inyectársela y los ayudaba a amarrarse los brazos para que se inyectaran.
Fueron precisamente las jeringas que Rubio usaba para inyectarse la heroína la forma como él contrajo el VIH hace 15 años. Aunque por el momento no es necesario que tome medicamento retroviral, sí le es difícil aceptar que está infectado.
“Uno mira a la gente caminando. Andan bien alegres, bien felices y de repente los miras muy mal”, dijo. “Luego te miras así, dices: ‘así voy a estar un día. Bajarán mis defensas, el virus me va a atacar y me va destruir, me va a comer’”.
Aún con sus temores, sabe que su estado depende mucho de su ánimo, por lo que no permite que nadie lo deprima ni que lo hagan sentir mal.
A pesar de que se considera una persona sin corazón por todo lo que ha hecho y ha vivido en el pasado, sus acciones demuestran lo contrario. Dócilmente, atiende de sus compañeros más débiles. Se mueve apresuradamente dentro del albergue para servir un vaso de agua y llevárselo a un compañero, o acomodarle la almohada para que su compañero se sienta más cómodo.
Sus atenciones no se limitan a eso. En sus ratos libres, a él le gusta estudiar de un fólder blanco que una psicóloga le prestó, el cual está lleno de información relacionada con el VIH, enfermedades venéreas, estados psicológicos y demás.
En ocasiones, visita las maquiladoras que se encuentran cerca del albergue para informar a la gente sobre las verdades relacionadas con el VIH, pero más que nada, quiere informar a los jóvenes, pues dice que son los jóvenes a quienes se les hace la vida muy fácil.
“Son jóvenes que se quieren comer el mundo entero, como yo,” agregó, “pero no mecomí ni la mitad del pastel,” y ahora dice encontrarse renegando el porqué fue tan incrédulo. Su mensaje para los jóvenes es que las cosas materiales, como el dinero, casas, carros, no son lo más importante en la vida.
“Lo más bonito en la vida es protegerse con un condón. Lo más bonito en la vida es no usar drogas ni compartir jeringas. Lo más bonito de la vida es no usar ninguna sustancia tóxica que te lleve a la muerte, eso es lo más chido de lo que yo sé”, dijo, agregando después que puede dar ese mensaje ya que él ha vivido todo aquello y como consecuencia ha estado cerca de la muerte.
Actualmente, Rubio se enfoca más en informarse sobre los efectos que el VIH tiene en los niños porque Las Memorias espera poder recibir a niños con el virus muy pronto, en cuanto esté listo el lugar que se está construyendo específicamente para ellos. Como padre de dos hijos, Rubio aprecia la inocencia de los niños.
“Los niños son ángeles de Dios y no deben sufrir”, dijo.
Para Rubio, es importante saber los efectos que puede tener el retroviral pediátrico en los niños, ya que quiere poder comprender los efectos secundarios que los niños puedan sufrir a consecuencia del medicamento para saber lo que les pueda doler y, si es necesario, animarlos vistiéndose de payaso, u otro personaje que está dispuesto a jugar.
En su momento, quiso ser médico y puede que ésa sea la razón por la cual le interesa aprender sobre su enfermedad. Aunque su oficio terminó siendo el de robar carteras de las bolsas para mantenerse, ahora se dedica a construir casitas de perro, y ayudar a sus compañeros en lo que pueda.
“Nosotros estamos dispuestos a trabajar para lo que sea, porque mocho no estoy. Inválido, no estoy. Ciego, no estoy. Nada más tengo el [VIH]. Eso no me impide nada”, conluyó Rubio, quien lo demuestra con el trabajo que realiza dentro del taller, su espa