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monumentEric y Nano, dos historias grabadas para siempre en The Wall/Las Memorias

Por Jackie Guzman
El Nuevo Sol, 23 de mayo de 2007
(English Version Included)

En la casa de Angie Apodaca, la presencia de su hijo sigue viva. En la contestadora, su voz se quedó grabada y aún después de cinco años, Angie no puede borrarla, ya que es el recuerdo más cercano que tiene de él.

Angie dice que prefiere olvidar el momento en que su hijo falleció. No fue una despedida temporal, fue definitiva. Eric Apodaca murió a la edad de 37 años después de que perdiera la batalla contra el sida.

En su etapa de adolescencia, Eric les confesó a sus padres que era homosexual. La familia, dice Angie, no lo discriminó y siempre le brindaron cariño y respeto.
A la edad de 26 años, Eric supo que era seropositivo; sin embargo, no le dijo nada a nadie.

“Él tomaba la medicina, pero no sabíamos por qué”, dice Angie.

En 1993, Eric se enfermó de neumonía y fue internado en el hospital Presbiteriano de Hollywood. En ese momento, le confesó a su familia que tenia sida. El sentimiento de los Apodaca se convirtió en impotencia por no poder hacer nada para ayudarlo.

“Aun no sabemos cómo Eric contrajo la enfermedad”, dice Angie, quien le brindó su apoyo incondicional, “Era mi bebe, el menor de mis cuatro hijos”.

Nueve años después, en enero de 2001, Eric comenzó a desarrollar demencia. El brillo de sus ojos desapareció, su garganta no le permitió hablar más y su cuerpo sólo respondía a mínimos movimientos, ya no podía caminar.

Dos semanas antes de su muerte, el señor William Apodaca, padre de Eric, dijo que era imposible que la familia lo siguiera cuidando y decidió llevarlo a un centro de convalecencia.

La decaída de Eric era tanta que necesitaba un tubo para ir al baño, ya no comía y comenzaba a estar en estado vegetal. Angie sintió impotencia y coraje por no poder hacer nada, pero su hijo mayor apoyo a su padre y dijo que esa era la mejor decisión: no hacer nada. Finalmente, el 13 de abril de 2001, Eric murió.

La perdida de Eric era irremediable. Angie no lo podía creer y le era difícil superar el trauma. Sus pertenencias fueron donadas y Angie se quedó con algunas camisas que usa a veces para dormir. Dice que le hacen sentir a su hijo más cerca.

Poco después de su muerte, Angie pidió al periódico local que publicaran un artículo sobre la muerte de su hijo, víctima del sida. Angie no se avergüenza de Eric y toma su experiencia como un ejemplo que podría ayudar a muchas personas para que tengan más cuidado.

Angie sabe que la iglesia habla muy poco acerca de este tema. Sin embargo, desde la muerte de su hijo, ella pide que se ofrezca una misa anualmente en honor a todos los que han muerto de sida en su iglesia local.

“Es difícil y a la iglesia no le gusta la idea, pero al final aceptan”, dice Angie.

El 15 de abril de 2004, la familia Apodaca participó en la inauguración del monumento que se creó en honor a las víctimas del sida en la ciudad de Lincoln Heights. La organización The Wall/Las Memorias, junto con un grupo de voluntarios, realizaron esta idea para que las familias pudieran recordar a sus seres queridos.

“Angie, ha sido una persona muy valiente y se ofreció como voluntaria desde la muerte de su hijo”, dice Enrique Topete, coordinador de Wall Las Memorias. “Ayuda en ferias de salud y da pláticas a grupos de personas para informarlos”.

Poco tiempo después, en esta organización Angie conoció a Reina García, quien había perdido a su tío por la misma causa.

Michael Allen Oshiro, o “Nano” como todos lo conocían, más que su tío, era el mejor amigo de Reina. Todos los días hablaban por teléfono y tenían una gran amistad. Tres años después de haber sido contagiado sexualmente de VIH, Nano le confesó a Reina su tragedia. Reina jamás le dio la espalda y le agradeció la confianza que le tenía.

Nano vivió independientemente por 14 años más. Sin embargo, un día le dijo a Reina que su enfermedad había avanzado demasiado y era tiempo de que alguien lo ayudara.

Reina sin pensarlo dos veces abrió las puertas de su hogar para cuidarlo. La familia García lo apoyo incondicionalmente hasta el día de su muerte.

Desocuparon la recámara de su hija menor e instalaron una cama especial y las pertenencias de Nano. Reina les contó a sus hijos la forma en que su tío se había contagiado. Por un momento, esta idea asusto al hijo mayor de Reina, quien en ese momento tenía 16 anos. Dijo que no quería tener sexo jamás para prevenir ser contagiado.

Nano empeoraba rápido y la familia García sentía tanta impotencia por no poder hacer nada para detener su sufrimiento. Estaba agonizando lentamente.

“Todos los días, le decía a mi esposo: ‘Desearía poder quitarle el dolor que siente’”, dice Reina.

En menos de seis meses Nano había perdido mas de 70 libras, su cóccix se había fracturado y necesitaba tener almohadas entre las piernas para apoyarse. Su dolor era incesante y crecía cada día más:

“Había ocasiones en que ni la morfina ayudaba a detener su dolor y no podíamos hacer nada”, dice Randy García, sobrino de Reina.

Nano experimentó el rechazo y discriminación en carne propia. Sus amigos y hasta sus familiares cercanos se alejaron de él completamente cuando se enteraron que tenía sida. Nano solía mencionarle a Reina que sentía la discriminación en casa de familiares.

“A veces, después de que Nano iba al baño, nuestros familiares limpiaban el inodoro con alcohol”, dice Reina. “No lo querían ni abrazar”. Su propia familia le tenía fobia”.

Compañeros de trabajo, miembros de la iglesia y hasta la mejor amiga de Nano, quienes dijeron que siempre estarían con el, se fueron después de verlo decaer y nunca volvieron.

Dos días antes de su muerte, Nano entro en un estado de coma. Reina lamentó por no compartir los últimos momentos junto a él porque estaba trabajando. Ella sabía que se acercaba el final y le dolía saber que poco antes de que Nano cayera en coma, él había pedido hablar con ella.

“Yo lloré y pensé que nunca sabría lo que él quería decirme”, dice.

La familia García estuvo día y noche pendiente de algún cambio que pudiera suceder con Nano. Al tercer día, él despertó por un momento y, sin poder hablar, Reina pudo leer de sus labios aquellas palabras que quedaran grabadas en su memoria. “El me dijo: ‘Te amo’, cayo en coma otra vez, y nunca más despertó”.
Después de la muerte de Nano, la familia García cremó su cuerpo y viajaron a Hawai para esparcir parte de sus cenizas en el mar.

“Me siento contenta porque nadie puede estar en diferentes partes del mundo al mismo tiempo, como mi tío”, dice Harley de 11 años, hija menor de Reina.

Randy dice que él nunca tuvo miedo que sus hijos de dos años y de nueve meses se acercaran a su tío y jugaran con él. Él aprendió mucho acerca del sida al tener a un familiar tan cercano que atravesaba por esta situación:

“Esta es una experiencia para aprender, nunca la voy a olvidar y la compartiré con mis hijos en el futuro”, dice.

El consejo que tanto Reina como Angie dan a la comunidad es que nunca rechacen a personas contagiadas de sida.

“Tienen que  amarlos, apoyarlos y comprenderlos. Nunca tengan miedo de abrazarlos y nunca los abandonen”, dice Reina.

Eric y Nano son claros ejemplos de las miles de historias de personas que mueren cada año por no protegerse ni educarse acerca de esta enfermedad. Cientos de nombres, incluyendo a Eric y Nano, se quedaran grabados por siempre en el monumento de The Wall Las Memorias.



ENGLISH VERSION

Two Families Share Stories of Lost One’s Due to AIDS

By Jackie Guzman
El Nuevo Sol, May 23, 2007

In Angie Apodaca’s home, the presence of her son, Eric Apodaca, is still alive.

Eric’s voice is still recorded in her answering machine.  After five years of his death, Angie cannot erase her son’s voice because it is the dearest memory she has of him.

Eric died at the age of 37, after losing the battle against AIDS.

In his teenage years, Eric confessed to his parents that he was gay, and his family never discriminated him.

At the age of 26, Eric became HIV positive, but he did not say anything about his illness to his family.

“He used to take medicine, but we did not know why,” Angie said.

In 1993, Eric became ill of pneumonia and was admitted in the Presbyterian Hospital in Hollywood. It was then he told his family he was HIV-positive. The Apodaca family felt weak because they did not know how to help him.

“We still do not know how Eric got infected,” Angie said.

In January 2001, Eric started to develop dementia. His body responded to very minimal movements, and he could not walk anymore.

Two weeks before Eric’s death, his father said it was impossible for the family to keep taking care of him. The Apodaca family decided to take Eric to a convalescent home.

Eric’s deterioration was so severe that he could not eat and needed a tube to go to the restroom. Angie felt anger for not being able to help her son, but her older son supported the idea of letting someone else take care of Eric because there was nothing else the family could do. Eric died on April 13, 2001.

Eric’s loss was irremediable. Angie could not believe it. It was very difficult for her to accept reality. Angie does not feel shame about her son, but she takes his experience as an example to help other people to be more careful about HIV/AIDS.

On April 15, 2004, the Apodaca family participated in the inauguration of the monument created in honor of HIV/AIDS victims in Lincoln Heights. The organization, The Wall/Las Memorias, and a group of volunteers decided to make this monument so that all families could remember their lost ones.

While volunteering in the organization, Angie met Reina Garcia, who had also lost her uncle to AIDS.

Michael Allen Oshiro, or “Nano” as everybody knew him, was more than Reina’s uncle, he was her best friend. After three years of contracting HIV, Nano confessed his illness to Reina.

Reina opened the doors of her house to take care of Nano. The Garcia family supported him unconditionally until his death. Nano worsen day after day and the family felt impotence for not being able to stop his suffering.

“Every day, I used to tell my husband ‘I wish I could take Nano’s pain away,’” Reina said.

In less than six months, Nano had lost over 70 pounds and his coccyx was fractured and he needed to have pillows between his legs to support himself. His pain grew day by day.

“There were occasions when not even morphine was enough to stop his pain and we couldn’t do anything,” said Randy Garcia, the nephew of the Garcia family.

Nano faced the rejection and discrimination first hand. His friends and family members left him when they found out he was infected. Nano told Reina that he felt the discrimination when he went to visit his family.

“Sometimes, after Nano used the restroom, family members rubbed the toilet with alcohol,” Reina said. “They did not even want to hug him.”

Two days before Nano’s death, he turned to a coma stage. The Garcia family was there day and night, hoping that Nano could wake up again. After three days, Nano woke up for a moment and whispered the words that will stay in Reina’s mind for the rest of her life.

“He told me, ‘I love you.’ Then he went back to a coma again and never woke up,” Reina said.

After Nano’s death, the Garcia family incinerated his body and traveled to Hawaii to spread the ashes in the ocean.

Randy Garcia said he learned a lot about HIV and AIDS after Nano’s death.

“This is a good experience to learn of,” Garcia said. “I will never forget it and I will share it with my children in the future.”

The advice that Reina and Angie give to the community is that nobody should reject anyone for being infected with HIV/AIDS.

 “They have to love and support them. Don’t be afraid of hugging them and never leave them alone,” Reina said.

Hundreds of names of HIV/AIDS victims, including Eric and Nano, will stay forever in the monument of The Wall/Las Memorias.