Una ofrenda: Construir un altar en mi memoria
Por Estudiante de CSUN
El Nuevo Sol, 23 de mayo de 2007
(English Version Included)
Lo personal es político.
Carol Hanisch, ensayo publicado en 1970
Me metí a la botánica cerca de la esquina de Beverly y Vermont sin saber lo que me esperaba. Iba a ver a un santero, un sacerdote del sistema de creencias comúnmente llamado santería. Charlé brevemente con su esposa, una santera, hasta que él estuvo disponible. Me llamó por mi nombre y me asomé furtivamente a un pequeño cuarto en la parte de atrás. Cuando entré a ese espacio sagrado, el santero suspiró. Me dijo que me detuviera. Inmediatamente, me preguntó en español: “¿Eras muy cercano a tu abuela?” Le respondí: “sí”. Él preguntó: “¿cuánto tiempo hace que ha muerto?” Le contesté: “Dos años”. Él afirmó: “Su presencia a tu alrededor es muy fuerte. Casi puedo verla detrás de ti”. Luego comenzó a comunicarse con ella para asegurarle que no me haría daño. Por medio de la lectura de los caracoles, el santero afirmó que yo no necesitaba de Dios, que el espíritu de mi abuela sería siempre la única protección que necesitaría.
“Pero esto debe comenzar en El Paso, ese viaje a través de las ciudades de la noche. Debe comenzar en El Paso, Texas. Y comienza en el viento…”
John Rechy, City of Night
“Mamá A”, la llamaba. Un nombre simple para una extraordinaria mujer. Mi abuela materna. Mi protectora. Mi heroína. Fui su primer nieto y el reemplazo de mi abuelo, a quien había perdido dos años antes. Un soleado pero frío y ventoso día en Ysleta, Texas, caí extremadamente enfermo. Quienes están familiarizados con las tormentas de polvo del oeste de Texas, sabe que el viento expone tu carne y te corta hasta el alma. Mi madre me llevó corriendo al hospital: fui diagnosticado con leucemia. Los doctores fueron directos con mi madre: “No hay nada que podamos hacer. Hágalo sentirse cómodo hasta que muera”. Mi madre me llevó a la casa de mi abuela: una pequeña y confortable casa de adobe construida por mi abuelo hacía unas cuantas décadas y situada una milla al norte de la frontera. Iba a pasar mis últimas horas en el vientre del hogar de mi abuela. Mi madre le explicó la situación a Mamá A, y lloró hasta quedarse dormida. Mi abuela, sin embargo, no iba a abandonar a su primer nieto en manos de la muerte o de Dios. Así como sus numerosas hermanas, mi abuela estaba capacitada como curandera. Mientras mi madre dormía, mi abuela me curó. Lo que ella hizo de verdad sigue siendo un misterio, pero mi madre se despertó para encontrarme durmiendo placidamente en mi cuna. Ella pensó que me había estado yendo silenciosamente a la segunda fase de la existencia, pero mi abuela le aseguró que yo iba a estar bien. Escéptica pero con esperanzas (nadie se atreve a dudar del poder de mi abuela), mi madre corrió conmigo de nuevo al hospital. Los doctores estaban asombrados. No podían creer que yo era el mismo niño que se encontraba tendido en la antesala de la muerte temprano ese mismo día. No había signo de la enfermedad, y tampoco tuve un decaimiento. Sin embargo, treinta y cuatro años más tarde, La Muerte y Dios siguen compitiendo por mi alma, pero mamá A, incluso frente a La Muerte, se negaba a dar por vencida mi esencia corporal de esta existencia.
El deseo innatural es una contradicción de términos, puro sinsentido. El deseo es un impulso anatómico de las partes humanas más internas.
Thomas Cannon, Ancient and Modern Pederasty Investigated and Exemplified, publicado en 1749 y considerado el primer tratado de homosexualidad en ingles.
El Paso, Texas, 1978. Soy un chicano de cinco años. Camino en un cuarto vacío. La televisión está encendida y me intereso por el programa. Es un documental sobre la naciente comunidad homosexual en San Francisco. Me clavo en la televisión. No sé exactamente qué es lo que estoy viendo, pero me relaciono con ello de alguna manera. Veo dos hombres abrazándose, y de alguna forma sé que este es mi destino. Ni siquiera supe lo que era el sexo hasta los doce años, pero me di cuenta que no estaba destinado para el escenario tradicional de esposo/esposa. ¿Fue el programa de televisión lo que me hizo homosexual? La posibilidad es risible. Sin embargo, estoy absolutamente convencido que nací con mi orientación sexual y que yo opté por vivirla abiertamente. Mi viaje hacia la autoaceptación y amor propio como orgulloso homosexual chicano es largo, arduo, trágico y cómico. La aceptación y amor de mi familia ha tenido un alto precio, y sigue siendo condicional.
De la misma manera que a los judíos se les pide que no olviden el holocausto, le imploro a la gente gay que no se olviden de nuestro holocausto y de quién lo causó y por qué. Ronald Reagon ni siquiera dijo la palabra “sida” en público durante los primeros siete años de su reinado.
Larry Kramer
Salí del clóset en medio de la sala de la muerte de los homosexuales de los ochenta, la era de Reagan, cuando la crisis del VIH/sida estaba diezmando a la comunidad homosexual. Yo estaba en el octavo grado, e inscrito en el programa de confirmación de la iglesia católica. Durante una clase, saqué el coraje para cuestionar la rigidez de la iglesia católica hacia los homosexuales. Naturalmente, mi maestra de confirmación instruyó a la clase para que abrieran sus Biblias en el antiguo testamento, en Levítico, para ser exacto. Me ordenó que leyera el pasaje que dice que el hombre que vive con otro hombre como lo haría con una mujer era una abominación. Claro que ella no contextualizó el verso. Dijo que una persona homosexual que actúa sobre sus deseos “innaturales” será condenada al infierno. Su mirada nunca se alejó de la mía cuando dijo esto. Después de clase, la cuestioné en privado. Fui hacia ella directamente y ella reiteró mi destino si yo alguna vez actuaba sobre mis pecaminosos deseos. Cada noche por una semana, maldije a Dios por infundir este torturante y quemante deseo en mí. Lo único que podía pensar era tener algún contacto íntimo con otro hombre. Tampoco podía dejar de pensar en mi propia condena. Esa noche, después de mi clase de confirmación, traté de quitarme la vida por una cualidad innata que yo ni siquiera había practicado. Tenía catorce años. Después de tragarme casi una provisión completa de Xanax, claramente comencé a menguar. Mi deseo de vivir obligó a mi cuerpo a vomitar la potencia letal del narcótico. Nuevamente, maldije a Dios y a mi maestra de confirmación. A la mañana siguiente, me negué a asistir a otra clase. No le di ninguna razón a mi madre y tomé la decisión de quitarme esa culpa autoimpuesta.
Prefiero morir de pie, que vivir de rodillas.
Emiliano Zapata
Durante la preparatoria, Viví en las sombras, internalizando mi angustia sexual. Académicamente, conseguí altas calificaciones, y me gradué entre el cinco por ciento más sobresaliente de mi clase. También me gané una beca en una prestigiosa universidad en Texas. Durante este tumultuoso tiempo, las cuestiones sobre mi sexualidad resurgieron cuando forcé a mi madre a aceptar mi jotería; regresar a la vida de una sexualidad silenciada no era una opción. Viviría mi vida en mis propios términos o de plano no la viviría. Su respuesta a mi ultimátum, como era predecible, fue que yo no sería más su hijo o parte de su vida. Después de eso, estuve viviendo en las calles de El Paso. Comencé a prostituirme para satisfacer mis necesidades tangibles e intangibles. El dinero que recibí de incontables extraños era una manera barata de sustituir el amor y la aceptación. Anhelaba a mi familia. El tiempo que pasé durmiendo en callejones, bancas de parque, hoteles de mala muerte, fue una vida de infierno. Pero me siento orgulloso de no haber regresado al clóset, a pesar de que mi libertad sexual llegó con un extremadamente alto precio.
Las noches que deambulé las desoladas calles de El Paso, consideré seriamente sacrificarme por La Llorona, brincando a uno de los numerosos canales de la ciudad. Seguramente, ella me aceptaría. La Llorona sería el nuevo santo de mi devoción, el de los raros, los maricones, las marimachos y otros marginados. Desde que mi madre echó a su único hijo hacia las frías noches, La Llorona me envolvería en su rebozo, me confortaría, acariciaría mi pelo y me cantaría una canción de cuna mientras yo lloraba lleno de angustia.
¿Sería ella la que lloraba a través del viento aquel día que se suponía moriría aún siendo un bebé?
Así como La Llorona está condenada a andar por la tierra cada noche buscando a sus hijos para construir una nueva familia, ¿estaré yo destinado a algo parecido? La Llorona es la santa apropiada para mí y para otr@s lesbianas, bisexuales y transexuales chican@s, quienes están familiarizad@s con el estigma quemante del rechazo familiar, la culpa y el silencio. Ella vaga por el suroeste tratando de reconstruir su familia, como lo hice yo. La familia es una de las mayores creencias del chicanismo, una en el cual se basa nuestra identidad. Cuando nuestra familia nos rechaza por nuestra jotería, vagamos hacia un estado liminal en un intento por reconstruir nuestra identidad. Muchos años después, llegué a un momento de epifanía y concluí que el concepto de familia no es cuestión de sangre; este fue el primer paso en la reconstrucción de mi identidad. ¿Es esta la manera en que Juan Diego se sintió cuando presenció la aparición de la Virgen de Guadalupe?
No por coincidencia, el termino utilizado en el argot para un homosexual o lesbiana es “familia” La palabra es tanto singular como plural. Ell@s son “familia” equivale a que ell@s son rar@s. Él es “familia” equivale a que él es raro. Nosotros construimos nuestra nueva familia con el fin de ganarnos la aceptación total; incluso si no “salimos del clóset” Nuestras familias de sangre, seguido no hacen más que tolerarnos. Este estatus de mitad adentro y mitad afuera no es mejor que el clóset. Nuestras parejas se ven relegadas al término de “compañero de cuarto” o “amigo” y , frecuentemente, no son bienvenidos del todo. La homofobia nos daña por medio del silencio y la distancia emocional.
Muchas veces, mis “clientes” no querían usar condones y yo tenía que complacerles. Esas noches de alcohol y sexo son ahora una distorsionada y borracha falta de definición. Seguido despertaba en una cama extraña sin recordar los hechos de la noche anterior. Algunos viejos acomodados querían que fuera su “houseboy”, que es un código para hacer referencia a un esclavo sexual. Prefiero no recordar los detalles, pero cargo constantemente el recuerdo de aquel tiempo. Me convertí en seropositivo más tarde ese año, 1993. Cargaré por siempre la maricona letra escarlata “S”, (por VIH/sida) como parte de mi identidad. Respondí a la noticia con poca o nula emoción. Después, descendí a un orgiástico y bajo mundo de noches de borrachera y de citas anónimas. Descubrí las tiendas para adultos y los baños públicos; esta subcultura se convirtió simultáneamente en mi iglesia y mi opio. Cada noche, conducía mi propio ritual, y el misterioso poder de la transubstancialidad corría a través de mis venas. Conscientemente ofrecía mi comunión, y mis congregados, piadosa y entusiasmadamente la aceptaban.
Así como disfrutaba del placer físico que experimentaba, lo hacía motivado por la venganza. Nunca advertí a ninguno de mis compañeros sexuales sobre mi estado de salud. Era fácil racionalizarlo. Pensé que cualquiera que conscientemente tenía sexo sin protección en semejantes lugares, debería de hacerlo sabiendo los riesgos. Los baños públicos y los clubes de sexo se convirtieron en mi santuario por el rechazo de mi familia y mis futuras complicaciones de salud. No sabía cuánto tiempo más me quedaba y quería llevarme conmigo tanta gente como pudiera. Tuve encuentros sexuales con un sinnúmero de hombres, pero si mis parejas hubieran sido mujeres, ¿alguien habría cuestionado mi comportamiento? Más bien me habrían llamado mujeriego. Pero porque deseo a hombres, mis actos sexuales se categorizar como innuaturales, desviados.
El cardenal Alfonso López Trujillo, presidente del Concejo Pontífico de la Familia en el Vaticano pidió que los gobiernos alertaran a la gente a no usar condones.
Chioma Obinna, HIV/AIDS: Catholic Church in Condom Palaver. http://www.actupny.org/reports/vatican_nyc.html
Me motivaba también la venganza contra la iglesia católica. El incidente antes mencionado con mi maestra de confirmación dejó una indeleble marca de culpa y rabia sobre mí. Cada vez que tenía sexo anónimo al fondo de una tienda para adultos o en un baño público, sentía que parte de mi catolicismo se evaporaba. La mayor parte de los baños públicos tienen un “laberinto” o “cuarto oscuro”. Literalmente entras ateniéndote a los riesgos. Caminabas a través de un “cuarto oscuro”, y manos, lenguas, y otras partes corporales te envolvían en una sobrecarga de sensaciones. En esos momentos, comencé a comulgar con mi nuevo Dios, el del placer hedonístico. Mediciné mi dolor con alcohol y sexo sin sentido. No pensé ni en mí ni en la otra gente. Abusé de mí mismo de esa manera por cinco años.
No sentiré vergüenza otra vez. Ni me avergonzaré a mí misma
Gloria Anzaldúa, Borderlands/La Frontera: The New Mestiza
Desde esa profética noche de mi intento de suicidio, casi veinte años atrás, traté de seguir el testimonio de Anzaldúa y educar a l@s heterosexuales chican@s acerca del dolor que la homofobia y el heterosexualismo causan en l@s herman@s lesbianas, homosexuales, bisexuales y transexuales. Aunque sea dolorosa, tengo que contar mi historia, con el fin de remover el estigma que rodea el deseo del mismo sexo. Es imperativo tener un diálogo con nuestr@s herman@s heterosexuales en una edad temprana para tejer nuestras trenzas personales, nuestra jotería y nuestro chicanismo, de una manera saludable y positiva. El silencio y la lástima encontrada en nuestras familias son tan mortales como el virus que corre por mis venas.
Silencio = Muerte. Acción = Vida.
Lema de ACT UP!
No hay necesidad de “crear un espacio” para mí en la comunidad chicana; yo soy intrínsicamente parte de la comunidad. Ahora, exijo que mi gente vaya más allá de la mera tolerancia de nuestras vidas; una roncha es tolerada. Aunque sean incómodos mi sexualidad y mi estado de salud para la comunidad chicana heterosexual, es imperativo hablar del tema. Es literalmente una cuestión de vida o muerte. De acuerdo con el informe publicado por AIDS Project Los Ángeles (2004), “los hispanos representan el grupo más grande en Los Ángeles viviendo con sida hasta el 31 de julio del 2004”. La más grande de las categorías de contagio es la que tiene que ver con la relación sexual hombre con hombre. El silencio equivale verdaderamente a la muerte para la comunidad chicana homosexual.
El deseo es memoria.
Luis Alfaro, Everybody Has a Story: Who’s Listening?
Mi deseo innato me relega a un estatus menor, aunque esté o no “fuera del clóset”. Cuando viví en silencio mi sexualidad, estaba negando una parte substancial de mí mismo, al inventarme una falsa conciencia acerca de mi vida privada. Prevenir que la marca homosexual de “M” (maricón) fuera incrustada en mi misma existencia fue de una importancia extrema para proteger a mi familia de la vergüenza. La vergüenza familiar fue mi mayor motivación para mantenerme en el clóset el mayor tiempo posible; por lo tanto, forzándome a tener una doble vida, constantemente ocultando mi verdadero ser.
Muchas veces tuve que inventar historias acerca de mi “compañero de cuarto” e inventar respuestas a preguntas como: ¿Por qué no has encontrado a la persona indicada (del sexo opuesto)?” Vivir fuera del clóset con nuestras propias familias no es fácil. Mi pareja y yo maniobramos un paisaje volátil de odioso desprecio, condescendiente lástima y un doloroso silencio. Nosotros, los que también vivimos con VIH/sida, construimos otra pared entre nuestra sanidad emocional y la compasión condescendiente de nuestras familias. Mi familia, especialmente mi madre, ha estado esperando mi muerte por años. Sin embargo, le he negado el papel principal de madre sufrida. Puedo imaginarme una elaborada escena en el cementerio. Rodeado de mi familia entera, mi madre vestida de negro, su bella cara morena distorsionada por el maquillaje embarrado y horas de incesante sollozar. Ella interpreta el papel de mártir como ninguna actriz de Hollywood podría hacerlo. Cuando se llegue mi hora de regresar a mi madre original, mi histérica madre vestida de negro asaltará mi féretro, exigiendo ser bajada en la tumba con su único hijo. ¡Mírenme! ¡Mírenme! ¡Yo soy la madre sufrida! ¡He sufrido tanto por mi’jo! ¡Llévame a mí Dios¡ Mamá A y yo nos reiremos entre dientes de su teatralidad, y Yemayá, la diosa yoruba del océano a quien el santero adivinó como mi protectora orisha, provee una inesperada y fría brisa oceánica para mis otros dolientes, un alivio del calor abrazador del desierto. Miro hacia atrás y susurro a mi madre en el oído: “Ya no llores mamá. Estoy en casa”. Sus lágrimas comienzan a caer. La Llorona se despide y continúa con la búsqueda sisífica de sus hijos. Yo estoy envuelto en la energía mis diosas protectoras: Yemayá, Coatlicue, Tonatzin, La Virgen y, por supuesto, Mamá A. Después miro por última vez a mi familia (la biológica y la otra) antes de disiparme hacia lo desconocido, hacia el próximo ciclo de existencia.
Me llaman La Agrado, porque toda mi vida sólo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás. Trabajaba en las calles, en los puentes, cerca del cementerio. Además de agradable, soy muy auténtica: rasgado de ojos, ochenta mil; silicona en labio, frente, pómulo, cadera y culo. El litro cuesta sesenta mil pesetas… así que a echar cuentas porque yo las he perdido. ¿Tetas? Dos, no soy un monstruo. Setenta cada una, pero éstas ya las tengo superamortizadas… Cuesta mucho ser auténtica, señora, y enesas cosas no hay que ser rácan, porque una es más auténtica cuanto más de parece a lo que soñó de sí misma.
Pedro Almodóvar, Todo sobre mi madre
Para poder construir una identidad saludable y positiva, he tenido que deshacerme de cualquier vergüenza persistente, esté, o no, nuestra familia incluida. Mis deseos, mis amores, mis actos sexuales, mis recuerdos, mi vida, nunca deben volver a ser una fuente de vergüenza o silencio. Reconocido este dilema, negocié intrincadamente mi identidad con el fin de entrelazar mi chicanismo y mi jotería en una trenza tejida bellamente, una que sea digna de la peluca más feroz de un travesti. ¡Zas!
¿Las flores se llevan al reino de la muerte?
¡Es cierto que nos vamos,
Es cierto que nos vamos!
¿A dónde vamos?
¿A dónde vamos?
¿Estamos los muertos ahí o todavía vivimos?
¿Existimos ahí otra vez?
Versos de un poema Náhuatl
La sangre ha sido siempre mi mortal enemigo. Mi propia sangre, mi familia biológica que me rechazó y las células que corren por mis venas, quieren borrar mi existencia, mi propio ser. ¿Dónde encaja Mamá A en todo esto? Bueno, ella adoptó a mi madre; por lo tanto, ella es parte de la familia que construí. A través de todo esto, logré sobrevivir pneumocystis carinii (la mortífera neumonía relacionada con el sida), los debilitantes efectos de mi tóxica medicina, mis ataques de depresión y culpa, mi recurrente alcoholismo y la despectiva compasión de mi familia. Un estudio reciente señala que las personas con VIH usualmente sobreviven 24 años con la enfermedad; he vivido hasta ahora 14 años con el virus. Me siento culpable porque tengo acceso a las medicinas que me salvan la vida y a las que millones de personas en otras partes del país y del mundo ansían tener. Me preocupa el hecho de que el porcentaje de seroconversión para homosexuales chican@s y latin@s, así como heterosexuales chican@s y latin@s sigue creciendo. Sin embargo, ya no me asusta la muerte. Su sombra se ha echado sobre mi alma desde mi nacimiento, pero he conseguido de vez en cuando robar destellos de la luz del sol. Inevitablemente, sé que mi cuerpo se va a cansar de nuestro baile, pero no estaré triste o arrepentido. Recientemente, uno de los miembros de mi familia construida me dijo que cuando mi espíritu se desprenda del cautiverio de mis limitaciones corporales, ella y mi otra familia construirán un altar para el Día de los Muertos. En esa ocasión, mientras mi espíritu es alimentado y comulga con mis seres queridos, yo sonreiré, tomaré la mano de Mamá A y me prepararé para el largo y arduo viaje de regreso hacia lo desconocido.
ENGLISH VERSION
An Ofrenda—Building an Altar to My Memory
By CSUN Student
El Nuevo Sol, May 23, 2007
I walked into the botánica near the corner of Beverly and Vermont not knowing what to expect. I was to meet with a santero, a priest of the belief system commonly referred to as “Santería.” I chatted briefly with his wife, a santera, until he was ready for me. He called my name, and I stepped furtively into a small back room. When I stepped into that sacred space, the santero gasped. He told me to stop. He immediately asked me in Spanish, “Were you very close to your grandmother?” I responded, “Yes.” He asked, “How long has she been dead?” I answered, “Two years.” He claimed, “Her presence around you is so strong, I can almost see her behind you.” He then began to commune with her to assure her that he would do me no harm. Through his reading of the caracoles, the santero claimed that I did not have any use for God—my grandmother’s spirit was all the protection I would ever need.
"But it should begin in El Paso, that journey through the cities of night. Should begin in El Paso, in Texas. And it begins in the Wind..."
—John Rechy
City of Night
“Mama A,” I called her. A simple name for an extraordinary woman. My maternal grandmother. My protector. My hero. I was her first grandchild and the replacement to my grandfather whom she had lost two years earlier. One sunny but cold and blustery day in Ysleta, Tejas, I became extremely ill. Those who are familiar with the West Texas dust storms know that the wind exposes your flesh and cuts to your very soul. My mother rushed me to the hospital—I was diagnosed with leukemia. The doctors were blunt with my mother, “There’s nothing we can do. Make him comfortable until he dies.” My mother brought me to my grandmother’s home; a small, comfortable adobe house built by my grandfather several decades earlier and situated a mile north of “the border.” I was to spend my final few hours in the womb of my grandmother’s hearth. My mother explained the situation to “Mama A” and cried herself to sleep. My grandmother, however, was not about to relinquish her first grandchild to La Muerte or God. As were her numerous sisters, my grandmother was skilled in the ways of the curandera. While my mother slept, my grandmother “cured” me. What she actually did remains a mystery, but my mother awoke to find me sleeping peacefully in my crib. She thought I had slipped into the next phase of existence, but my grandmother assured her that I was going to be fine. Skeptical but hopeful (no one ever dared to doubt my grandmother’s will), she rushed me to the hospital again. The doctors were flabbergasted. They could not believe I was the same child who lay on the porch of Death’s door earlier that day. There was no sign of the disease, and I have had no reoccurrence of the affliction. However, thirty-four years later, La Muerte and God are still vying for my soul, but “Mama A,” even in Death, refuses to surrender my corporal essence from this existence.
“Unnatural desire is a contradiction in terms; downright nonsense. Desire is an amatory impulse of the inmost human parts.”
—Thomas Cannon
Ancient and Modern Pederasty Investigated and Exemplified, published in 1749 and considered to “be the first substantial treatment of homosexuality ever in English.”
El Paso, Tejas, 1978. I am a five-year-old Xicano. I walk into an empty living room. The television is on, and the program catches my attention. It is a documentary about the burgeoning gay community in San Francisco. I am riveted to the television. I don’t know exactly what it is I am looking at, but I can relate to it somehow. I see two men with their arms around each other, and I somehow know that this is my fate. I didn’t even know what sex was until I was twelve, but I knew I was not destined for the traditional husband/wife scenario. Did this television program “make” me gay? The possibility of this is laughable. However, I am absolutely convinced I was born with my sexual orientation and that I choose to live an open life. My journey towards self-acceptance and self-love as a proud queer Xicano is long, arduous, tragic, and comical. The acceptance and love of my family have come at a very high price, and they are still conditional.
“Just as Jews are asked to never forget their Holocaust I implore all gay people never to forget our holocaust and who caused it and why. Ronald Reagan did not even say the word “AIDS” out loud for the first seven years of his reign.”
—AIDS activist Larry Kramer
I “came out” amidst the queer death chambers of the 1980s, commonly known as the Reagan era, when the HIV/AIDS crisis was decimating the gay community. I was in the eighth grade and was enrolled in a Catholic confirmation class. During one class, I scrounged up the courage to question the Catholic Church’s rigid stance towards the gay community. Naturally, my confirmation teacher instructed the class to open their bibles to the Old Testament, Leviticus, to be exact. She ordered me to read the passage stating that a man who lies with another man as he would with a woman was an abomination. Of course, she did not contextualize this verse. She said any gay person who acted upon their “unnatural” desires would be condemned to Hell. Her gaze never left mine when she said this. After class, I questioned her privately. I came out to her indirectly, and she reiterated my fate if I ever acted upon my sinful yearnings. Every night for a week, I cursed God for instilling this torturous, burning desire within me. All I could think about was having some sort of intimate contact with another male. Nor could I stop dwelling on my eternal damnation. The night before my next confirmation class, I attempted to take my own life for an innate quality that I hadn’t even acted upon—I was fourteen. After I had swallowed nearly a full month’s supply of Xanax, clarity began to sink in. My will to live compelled my body to vomit the potentially lethal narcotic. Again, I damned God and my confirmation teacher. The next morning I refused to attend another class. I did not give my mother the reason, and I made the decision to cast off my self-imposed shame.
“Prefiero morir en pie, que vivir en rodillas.”
—Emiliano Zapata
Throughout high school, I existed in the shadows and internalized my sexual angst. Academically, I achieved fairly high grades, and I graduated in the top 5% of my class. I also earned a scholarship to a prestigious university in Tejas. During this tumultuous time, the issues regarding my sexuality resurfaced when I forced my mother to accept my jotería; returning to a life of sexual silence was not an option. Either I lived my life on my own terms, or I would have no life at all. Her response to my ultimatum, as predicted, was that I would no longer be her son or a part of her life. Soon thereafter, I was living on the streets of El Paso. I began to prostitute myself for both tangible and intangible sustenance. The money and sex I received from countless strangers were a cheap substitute for the love and acceptance I craved from my family. The time I spent sleeping in alleyways, on park benches, and in sleazy motels was a living hell. But, I am proud that I did not retreat back into the closet, although my sexual freedom came at an extremely high price.
The nights I wandered the desolate streets of El Paso, I seriously considered sacrificing myself to La Llorona by jumping into one of the city’s numerous canals. Surely, she would accept me. La Llorona would be my new patron saint—the one of freaks, faggots, dykes, and other outcasts. Since my own mother had cast out her only son into the cold night, La Llorona would wrap me in her rebozo, comfort me, stroke my hair, and sing me a lullaby as I cried in anguish.
Was it she who was howling through the wind that day I was supposed to die as an infant?
As La Llorona is doomed to walk the earth each night searching for her children to construct a new familia, would I be destined to a similar fate? La Llorona is the apropos saint for me and other lesbian, gay, bisexual, and transgender (LGBT) Xicanas/os who are familiar with the burning sting of familial rejection, shame, and silence. She roams the Southwest attempting to reconstruct her familia, as did I. Familia is one of the major tenets of Xicanismo, one upon which we base our identities. When our familia rejects us because of our jotería, we wander through a liminal state in an attempt to reconstruct our identities. Many years later, I came to an epiphanous moment and concluded that the concept of familia does not revolve around blood; this was the first step in my identity reconstruction. Is this how Juan Diego felt when he witnessed the apparition of la Virgen de Guadalupe? Not coincidentally, the slang term for a gay or lesbian is “family.” The word is both singular and plural. They’re family=They’re queer. He’s family=he’s queer. We construct our new familias in order to gain full acceptance; even if we do “come out.” Our blood families often do nothing more than tolerate us. This “half-in, half-out” status is not much better than the closet. Our partners are relegated to the “roommate” or “friend” category and, often, are not welcomed at all. Homophobia harms us through silence and emotional distance.
Many times, my “clients” did not want to use condoms, and I could only comply. Those nights of alcohol and sex are now a distorted and drunken blur. I often awoke in a stranger’s bed with no memory of the previous night’s activities. Several older, well-to-do men wanted me to be their “houseboy,” but this is code for sexual slave. I prefer not to remember the details, but I carry a constant reminder of that time. I seroconverted later that year—1993. I would forever carry the faggot scarlet letter, “A,” (for HIV/AIDS) as part of my identity. I responded to the news with little, if any, emotion. Afterwards, I descended into an orgiastic underworld of drunken nights and anonymous trysts. I discovered adult bookstores and bathhouses; this subculture simultaneously became my church and my opiate. On a nightly basis, I conducted my own ritual mass, and the mysterious power of transubstantiation ran through my veins. I willingly offered my communion, and my congregants piously and enthusiastically accepted it. As much physical pleasure as I experienced, I was also motivated by vengeance. I never warned any of my sexual partners of my health status. It was easy to rationalize. I figured that anybody willing to engage in unprotected sex in such places would be doing so at their own risk. Bathhouses and sex clubs became my sanctuary from the rejection of my family and my future health complications. I did not know how much time I had left, and I wanted to take as many people down with me as I could. I’ve had sexual encounters with countless men, but if my partners had been women, would anyone question my behavior? More likely, I would be labeled as a stud, un macho. But because I desire men, my sexual acts are categorized as unnatural and deviant.
Cardinal Alfonso Lopez “Trujillo, President of the Vatican’s Pontifical Council for the Family, called on governments to urge people not to use condoms.”
—Chioma Obinna
“HIV/AIDS: Catholic Church in Condom Palaver.”
http://www.actupny.org/reports/vatican_nyc.html
I was also motivated by vengeance against the Catholic Church. The aforementioned incident with my confirmation teacher left an indelible mark of shame and rage upon me. Every time I engaged in anonymous sex in the back of an adult bookstore or in a bathhouse, I felt a part of my Catholicism was evaporating. Most bathhouses contain a “maze” or a “dark room”. You literally enter at your own risk. You walk through a pitch-black room, and hands, tongues, and other body parts envelop you in a sensory overload. In these moments, I began to commune with my new God—the one of sheer hedonistic pleasure. I medicated my pain with alcohol and meaningless sex. I thought nothing of myself or of other people. I abused myself in this manner for five years.
“I will not be shamed again. Nor will I shame myself.”
—Gloria Anzaldúa
Borderlands/La Frontera: The New Mestiza
Since that fateful night of my attempted suicide nearly twenty years ago, I have tried to live by Anzaldúa’s testimony and to teach heterosexual Xicanas/os about the pain homophobia and heterosexism cause in their LGBT hermanas/os. As painful as it is, I must tell my story in order to remove the stigma surrounding same-sex desire. It is imperative that we initiate a dialogue with our heterosexual hermanas/os at an early age in order to weave our personal trenzas—our jotería and our Xicanismo—in a healthy, positive fashion. The silence and pity I encounter from my familia are as deadly as the virus coursing through my veins.
Silence=Death. Action=Life.
—ACT UP! Slogan
There is no need to “create space” for me in the Xicana/o community; I am intrinsically part of the community. I now demand that my gente move beyond the mere tolerance of our lives; a rash is tolerated. However uncomfortable my sexuality and my health status are for the heterosexual Xicana/o community, it is imperative that we discuss this topic. It literally is a matter of life and death. According to a report published by AIDS Project Los Angeles (2004), “Hispanics represented the largest group in Los Angeles living with AIDS through July 31, 2004.” The vast majority of exposure category deals with male-to-male sexual contact. Silence truly does equal death for the queer Xicana/o community.
Desire is memory.
—Luis Alfaro
“Everybody Has a Story: Who’s Listening?”
My innate desire relegates me to a lesser status, whether or not I am “out of the closet.” When I lived in sexual silence, I was denying a substantial part of myself by inventing a false consciousness regarding my private life. Preventing the faggot mark of “M”—maricon—to be branded upon my very existence was of utmost importance if I was to keep my familia from shame. Family shame was a major motivation for me to remain in the closet as long as I did; thereby forcing me into a double life, constantly masquerading my true self.
Many times, I have had to make up trite little stories about my “roommate” and invent responses to questions such as, “Why haven’t you met the right person (of the opposite sex?)” Living an out existence with one’s family is rarely easy. My partner and I maneuver through a volatile landscape of odious scorn, condescending pity, and painful silence. Those of us who are also living with HIV/AIDS construct another wall between our emotional sanity and our familia’s patronizing compassion. My family, especially my mother, has been expecting my death for years now. Yet, I have denied her the starring role as la madre sufrida. I can envision an elaborate set in the cemetery. Surrounded by my entire familia, my mother in black, her beautiful brown face distorted from smeared makeup and hours of incessant weeping. She plays the martyr like no other Hollywood actress can. When it is time for me to return to my original mother, my hysterical mother in black assaults my casket, demanding that she be lowered into the grave with her only son. Look at me! Look at me! Yo soy la madre sufrida! He sufrido tanto por mi’jo! Llevame a mi Dios! “Mama A” and I chuckle at her histrionics, and Yemaya—the Yoruba goddess of the ocean who the santero divined as my protector orisha—provides an unexpected ocean-like, cool breeze for my other mourners, a respite from the scorching desert heat. I look back and whisper into my mother’s ear, “Ya no llores, Mamá. I am home.” Her tears begin to subside. La Llorona waves goodbye and continues the Sisyphean search for her children. I am enveloped by the energy of my protector goddesses, Yemaya, Coatlicue, Tonantzin, La Virgen, and, of course, “Mama A.” I then take one final look back at my familia—biological and otherwise—before I dissipate into the unknown, into nothing, into the next(?) cycle of existence.
"They call me La Agrado, because I have always tried to make everyone's life more pleasant. I used to work the streets, on bridges, near the cemetery. Aside from being pleasant I am also very authentic: almond shaped eyes, 80 thousand; silicone in lips, forehead, cheeks, hips and ass, the liter costs sixty thousand pesetas...you add it up because I stopped counting. Tits? Two, I’m no monster. Seventy each, but these have been fully depreciated. It cost me a lot to be authentic, but we must not be cheap in regards to the way we look. Because a woman is more authentic the more she looks like what she has dreamed for herself.
Pedro Almodóvar’s film
Todo Sobre Mi Madre
In order to construct a healthy, positive identity, I have had to cast off any lingering shame whether or not nuestra familia is included. My desires, my loves, my sexual acts, my memories, my life should never again be a source of shame or silence. Cognizant of this dilemma, I intricately negotiate my identities in order to entwine my Xicanismo and my jotería into a beautifully woven trenza, one worthy of the fiercest drag queen’s wig. Snap!
Are flowers carried to the kingdom of death?
It is true that we go,
it is true that we go!
Where do we go?
Where do we go?
Are we dead there or do we still live?
Do we exist there again?
—Lines from a Nahuatl poem
Blood has always been my mortal enemy. My own blood, my biological family who rejected me and the cells coursing through my veins, want to erase my very existence, my very being. Where does “Mama A” fit into this? Well, she adopted my mother; therefore, she is part of the familia that I have constructed. Through it all, I have managed to survive a bout of pneumocystis carinii, the deadly AIDS-related pneumonia, the debilitating side effects of my toxic medication, my fits of depression and guilt, my recurring alcoholism, and the scornful pity of my family. A recent study declared that HIV+ people usually survive 24 years with the disease; I have lived with this virus for 14 years now. I feel guilty because I have had access to the life-saving meds that millions in other parts of the country and the world are desperate for. I am worried at the fact that the seroconversion rate for gay Xicanos and Latinos and heterosexual Xicanas and Latinas keeps increasing. However, I am no longer scared of La Muerte. Her shadow has been cast over my soul since my birth, but I have occasionally managed to steal glimpses of sunlight. Inevitably, I know my body will tire of our dance, but I will not be sad or regretful. Recently, one of my constructed familia members told me that when my spirit does cut loose from the bondage of its corporal restraints, she and my other familia will build an altar for me for Día de los Muertos. On that occasion, as my spirit is being nourished and communes with my loved ones, I will smile, take Mama A’s hand, and prepare for the long, arduous journey back into the unknown.