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José Joaquín Palma

Por Ana Cubías

José Joaquín Palma examina cuidadosamente los trazos y los colores de una muñeca dibujada en un pedazo de papel, con el objetivo de reproducir el mismo diseño hecho con pedacitos de lana en un cuadro. La tarea es ardua pero a la vez satisfactoria para la vida que Palma lleva en la Casa Hogar Las Memorias desde hace cinco años.

Las horas y los días que  le dedica a bordar sus cuadros lo hacen olvidar que es portador del VIH sida desde hace siete años.
           

“Me gusta hacerlos (los cuadros) porque al ver que ya van dando la forma ya mis pensamientos y mi autoestima sube porque empiezo a pensar que sí valgo, que sé desempeñar algo que es bonito”,  afirma.
            

Palma llegó al albergue cuando conoció a José Antonio Granillo, director del lugar, en un centro de rehabilitación llamado rompiendo cadenas donde se estaba recuperando de su adicción al alcohol y de la tuberculosis. Él cree que contrajo el sida por haber tenido relaciones sexuales con mujeres y hombres bajo el efecto del alcohol y sin protección. 
           

Sin embargo, Palma no culpa a nadie por su enfermedad. Al contrario, él asegura que se metía con cualquier persona sin importarle las consecuencias de sus actos. Algunas de las repercusiones de sus actos fueron tener sexo sin protección lo que lo llevó a contraer sida y engendrar hijos no deseados.
           

“Si tengo [hijos],  pero la verdad le voy a decir que no sé donde están. Están regados”, dice Palma. “Es que no fui responsable. nada más tuve relaciones y sólo los conozco de vista”.
           

Desafortunadamente, el alcohol arrastró a Palma a tal grado que llegó a perder su trabajo de mecánico y asegura que él podía pasar hasta un mes tomando sin parar.
           

“Tomaba día y noche. Dilataba a veces un mes pistiando”, señala Palma. “Estuve hasta el punto donde no valía ni un centavo. Yo estuve arrastrado, tirado en la calle en la basura”.
           

Palma fue diagnosticado con el virus del sida en 1999 en el hospital general de México, pero cuenta que antes de esto a él le detectaron cáncer en la sangre en Estados Unidos mientras vivía en San Diego. A pesar de esto, Palma asegura que nunca tomó en serio ese diagnóstico y continuó viviendo su vida dominado por el alcohol.
           

Durante los dos años que radicó en San Diego, Palma se dedicó a sacarle provecho a su oficio de mecánico ya que ahí tenía más ingresos.
           

“Ahí (en San Diego) trabajé, sólo que ahí  me hundí más en el alcohol porque ganaba más dinero”, dice. “Todo el dinero me lo gastaba en alcohol y mujeres”.
           

Él no tuvo la fortuna de crecer con sus padres puesto que a muy temprana edad lo dieron en adopción a una señora que radicaba en Tonalá, Jalisco. A pesar de esto, Palma no culpa a sus padres por su adicción pero al mismo tiempo no los extraña porque su madre adoptiva, o nana como él le llama, le dio todo lo que el necesitaba. 
           

“La verdad no sé (porque empecé a tomar), me gustó el alcohol y me llevó a arrastrarme”, afirma Palma. “No me arrepiento de haber sido alcohólico, porque para que buscar culpables ya lo hice, ya lo bueno que le doy gracias a Dios es que estoy vivo, que todavía puedo ser alguien en la vida ya que Dios todavía no me ha llevado y tengo que [valorar] el momento que estoy viviendo ahorita acá en el Albergue Las Memorias”.
            

Hoy, Palma vive en Las Memorias donde aparte de hacer los cuadros bordados, oficio que aprendió por medio de su madre adoptiva, es el encargado de la mecánica y de despertar a todos los pacientes del albergue por las mañanas.
           

Uno de los objetivos más grandes de Palma es poder salir del albergue y ayudar a los minusválidos, ya que afirma que luego de ver un programa acerca de personas con impedimentos físicos desempeñando actividades normales se motivó a levantarse de la cama de los aislados cuando recién acaba de llegar a Las Memorias.
           

“Yo estaba tirado ahí en el cuarto de aislados y ahí dilate ocho meses y mire un programa donde estaban los paralíticos con las computadoras uno escribiendo con el pie y otro con la boca y otro que iba manejando un (carro) y yo que tengo mis dos manos y mis dos pies estar tirado en una cama parece que no va y por eso es que me he levantado de volada”, comenta Palma.  “Para arriba no hay que pensar en lo negativo, uno vale más”.
           

Palma tiene mucho optimismo y dice no tenerle miedo al sida y mientras siga en el albergue continuará  desempeñando sus actividades hasta el momento en el que él pueda ayudar a otros.

“La enfermedad no me va a vencer y ya dije que no me va a vencer y voy a salir adelante”, dice Palma. “Esa es mi meta ahorita: hacerme de un carrito e ir a apoyar a los inválidos no sé si en Baja California o a ver que puedo sacar adelante”.