Carla Hernández Macías
Por Ana Cubías
Un sinnúmero de cicatrices en su rostro y una mirada perdida y triste a la vez reflejan el constante dolor que Carla Hernández Macías siente todas las mañanas cuando se despierta. Los fuertes ataques de tos, acompañados de secreciones con sangre e intensos dolores de cabeza que muchas veces hacen perder la lucidez de la mente, se deben a la tuberculosis de primer grado que padece desde hace un mes.
Hernández, de 31 años de edad, tiene un mes desde que se volvió a reintegrar a la Casa Hogar Las Memorias puesto que abandonó el albergue debido a una recaída a su adicción por las drogas.
“No sé, a veces siento que no soporto la casa y me escapo, siento desesperación y me escapó”, señaló Hernández.
Según Hernández, ella empezó a consumir marihuana y cristal por influencia de sus amigos desde que era una adolescente.
“Consumía marihuana”, dijo Hernández. “A veces compartíamos el foco [bombilla o pipa en donde se fuma el cristal] y usaba la droga cristal con otra persona y eso te hace tener tuberculosis porque estás compartiendo, y esa otra persona le presta el foco a otra persona y te enfermas”.
Sin embargo, Hernández nunca midió las consecuencias que le traería usar drogas de manera irresponsable y, bajo los efectos de ésta, decidió tener sexo con un hombre sin condón.
“Es que creí en un muchacho y el muchacho, por hacerme la maldad, me enfermó sin decirme nada”, aseveró Hernández.
Sin saberlo, Hernández creó su propio calvario porque como resultado de este contacto sexual, ahora sufre de sida. Ella tenía alrededor de 25 años cuando se enteró que estaba contagiada y, a pesar de su estado, siguió consumiendo drogas.
Consumí drogas “para olvidarme de que tengo sida”, expresó Hernández con lágrimas en los ojos. “Yo no sabía que el tenía sida, si no, no me hubiera metido con él”, se lamentó Hernández.
Era tanta la adicción y la desesperación por conseguir drogas que Hernández llegó hasta prostituirse aún sabiendo que tenía sida.
“Sí me prostituí. Ya tenía sida cuando me prostituía, pero usaba condón”, mencionó Hernández.
Hernández confesó que las personas con las que tenía relaciones sexuales las conocía por medio de un amigo, pero nunca les informó que ella era portadora del virus por temor a perder la clientela.
Antes de contraer la enfermedad, Hernández tuvo dos hijos. Alexis, su hijo mayor de 12 años y quien está bajo el ciudado de su tía, y una niña de quien desconoce su nombre porque se la quitaron desde que nació.
“Tengo un hijo, lo tiene mi tía. Tiene como 12 años, no me viene a ver porque no sabe que soy su mamá porque no quieren que sepa”, apuntó Hernández. “Lo extraño mucho, claro que me dan ganas de verlo, pero no me dejan acercarme a él”.
En lo que concierne a su hija, fue adoptada por una familia y ahora radica en Los Ángeles puesto que las autoridades de migración en San Diego se la quitaron mientras Hernández estaba buscando trabajo.
Hernández aseguró que la razón por la cual no la dejan estar cerca de sus hijos tiene que ver con su enfermedad y por la falta de información que existe sobre el sida en su casa.
“Mi mamá es una persona muy ignorante, que no sabe cómo tratar a una persona con sida”, comentó Hernández.
Además, la familia de Hernández desconoce su paradero y únicamente su tía la llega a visitar de vez en cuando.
Las consecuencias de su enfermedad la han llevado a tener sudoraciones en las noches y a perder mucho peso, lo cual la hace deprimirse constantemente.
“Yo tengo años viva (con el sida), pero ahorita tengo unos bracitos bien flaquitos y me siento mal porque siento que ya me voy a morir”, expresó Hernández con un nudo en la garganta.
Actualmente, Hernández se la pasa la mayoría de su tiempo postrada en una cama de Las Memorias donde añora a diario con que su familia la venga a visitar y sobre todo donde sueña con un día volver a ver a sus hijos.