Relatos del taller de carpintería: entre familia
Por Alondra Hernández
El Nuevo Sol, 23 de mayo de 2007
(English Version Included)
Ramón Quintero Miranda se despierta todas los días alredededor de las cinco de la mañana, pues es una costumbre que adquirió después de vivir varios años en la cárcel. Desde que ingresó por primera vez a Casa Hogar Las Memorias, Quintero Miranda ha estado al tanto de los pacientes postrados en cama y ha ayudado en la carpintería a construir casas de perro y otras cosas.
A Miranda, quien prefiere que lo llamen por su segundo apellido, le gusta involucrarse en todo porque para él, Las Memorias es su familia.
“[Las Memorias] es mi casa y como tal estoy para servir”, dijo.
Miranda, de 34 años, originario de Culiacán, Sinaloa, llegó a Las Memorias por tercera ocasión a principios de año después de volver a recaer en las drogas. A pesar de que la droga lo ha llevado a dormir debajo de los puentes, en la cárcel y en los hospitales, o a comer de los botes de basura y hasta pasar cuatro meses sin bañarse, Miranda no puede dejar el vicio, pues dice que es difícil dejar algo a lo cual uno se acostumbró a consumir desde pequeño.
“Empecé a conocer la droga por mi padre, la familia. Ellos usaban droga y me usaban a mí”, explicó.
Durante su niñez, la época más crucial para el desarrollo de un ser humano, Miranda vivió con su padre dentro de una cárcel en México después de que sus padres se separaron. No fue sino hasta los 30 años que Miranda conoció a su madre.
Cuando era niño, salía de la cárcel a las 7:30 de la mañana para ir a la escuela y por las tardes regresaba para estar con su padre. Durante la hora de recreo, su tío le introducía droga en los zapatos para luego se la llevara a su padre. Según él, nunca fue revisado por los guardias al regresar a la cárcel por las tardes, ya que era un niño de cinco años.
“Yo les servía como herramienta a ellos para darle seguimiento a la enfermedad que tenían, arrastrándome”, dijo.
Para Miranda, la negligencia de sus padres lo impulsó a independizarse a una temprana edad para vivir lo que él considera una vida negativa, pues esa negligencia fue la que lo indujo a las drogas. El uso de las drogas se convirtió en algo natural, de modo que cuando empezó a relacionarse con otros jóvenes, el hecho de que ellos también consumían drogas no se le hizo extraño.
Según cuenta, su timidez y el no tener una persona en su niñez que le inculcara valores como a cualquier otro niño, propiciaron su adicción. Él usaba drogas porque podía desenvolverse mejor socialmente, lo que contribuyó al daño que se hizo.
Es así como Miranda fue creando aquellos patrones de conducta que lo llevaron a convertirse en un adicto a la heroína, entregándose “de alma y corazón”, como dice. Sin embargo, las repercusiones no pararon ahí. A los 17 años, terminó en una cárcel en Estados Unidos, donde estuvo nueve años y en donde siguió alimentando su adicción. Posteriormente, regresó a la cárcel, esta vez en México.
“Muchas de las veces, no es tanto las paredes ni los fierros que hay ahí, [sino] las celdas, la cárcel interna que se va forjando uno”, dijo acerca de su experiencia.
Dentro de la cárcel, Miranda tuvo que soportar atrocidades, como tener que bañarse en cinco minutos con las manos esposadas o que le dieran pan podrido para comer.
Finalmente, en 1995, supo que tenía el VIH y aún desconoce cómo adquirió la enfermedad. Quizás fue el hecho de compartir jeringas con múltiples personas en la calle o el tener relaciones sexuales sin protección. Cualquiera que haya sido la razón, no fue suficiente para que dejara su adicción.
“Tenía un pensamiento mal, porque yo pensaba que con el hecho de tener VIH ya no iba a usar [drogas]”, explicó. “Lo usaba como herramienta para cambiar de vida, pero en realidad no era así”.
A pesar de haber estado en otro centro de rehabilitación anteriormente, Miranda no podía dejar la heroína. Se le hacía más fácil seguir con la vida que llevaba que enfrentar su realidad.
En éste, su tercer intento en Las Memorias, batalla para combatir su adicción y no empeorar su enfermedad.
José Antonio Granillo Montes, director del albergue, dice que las drogas y el sida van de la mano; por ello, el albergue ha manejado ambas áreas.
La gente que consume drogas es más propensa a entablar comportamientos riesgosos, como tener relaciones sexuales sin condón mientras están bajo la influencia de la droga.
Los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC), reportan que entre los hispanos el uso de drogas inyectadas, como la heroína, es la segunda mayor causa de contagio del VIH.
Miranda vive todavía su lucha contra la adicción, ya que diariamente le dan ganas de usar drogas. Sus recaídas han sido difíciles, haciendo que se tenga que esforzar el doble para controlar su dependencia, porque dice que recaer es más difícil después de haberse internado en un centro de rehabilitación.
“Se hace uno adicto al sufrimiento, te sigues tropezando con la misma piedra”, comentó. “Sigue uno de terco porque piensa uno que va a recibir resultados diferentes, pero cae uno en lo mismo”.
Miranda se da cuenta de la manera en que la droga ha manejado su vida y los efectos del tener VIH. Esos efectos los siente más cuando quiere estar con otra persona y sabe que no puede porque tiene la responsabilidad de no dañar a alguien más.
Aunque a veces, él mismo duda poder superar su adicción, Miranda muestra que aún en los momentos más obscuros y negativos el cambio es posible. Un ejemplo de ello es la libertad personal que dice que Las Memorias le ha ayudado a encontrar.
“La libertad está en uno, donde quiera puedes sentirte bien, donde quiera que estés”, dijo. “Si uno busca la libertad personal, donde quiera te puedes sentir bien”, y aunque no se considera una persona espiritual, siente que está adquiriendo fe, lo cual le ayuda a no ahogarse con la enfermedad que tiene.
“Todo lo que hago aquí [en Las Memorias]”, dijo, “me retroalimenta espiritualmente, me hace sentir bien”, finalizó.
ENGLISH VERSION
Tales from the Carpentry Shop: Within Family
By Alondra Hernández
El Nuevo Sol, May 23, 2007
Ramon Quintero Miranda, 34, wakes up around 5 a.m. everyday. It’s a habit he picked up after spending several years in prison. His days are long, but he puts every waking hour to good use. Since entering Casa Hogar Las Memorias, an AIDS hospice in the outskirts of Tijuana, Mexico, Miranda has helped with anything that he can, whether it’s tending to other patients who are bed ridden, driving patients to and from the hospital or helping build dog houses in the hospice’s woodshop.
Miranda, who prefers to go by his mother’s last name, said he enjoys being involved in every aspect of the hospice because to him, Las Memorias is his family.
“[Las Memorias] is my home and as such, I am here to serve it,” he said.
Miranda, originally from Culiacán, Sinaloa, arrived at Las Memorias at the beginning of 2007 in his third attempt to overcome his drug addiction. Even though his drug addiction degraded him to sleeping under bridges, eating out of trash cans and spending time in prison and various hospitals, Miranda cannot seem to leave his addiction because he said it’s difficult to overcome something one is accustomed to doing since a young age.
“I began familiarizing myself with drugs because of my father and my family,” Miranda explained. “They used drugs and they used me.”
During his childhood, a crucial time for a person’s development, Miranda’s father was in prison. After his parents separated, Miranda had to live with his father in prison and did not see his mother again until he was 30.
When Miranda was a child, he was allowed to leave prison at 7:30 a.m. in order to go to school and would return to his father’s cell in the afternoon. During recess, his uncle would sneak drugs into Miranda’s shoes so that he could take them to his father, taking advantage of the fact guards never inspected him because he was only five at the time.
“They used me as a way of feeding their addiction, dragging me along with them,” said Miranda.
A timid child and without having any positive role models in his life, Miranda knew nothing more than drugs. They seemed natural to him and led him through a destructive pattern that turned him into a heroine drug addict. At the age of 17 Miranda was sentenced to prison in the U.S. for nine years, but that did not stop him from using drugs. He would eventually return to prison in Mexico.
Finally, Miranda realized he had HIV in 1995. It is still unclear how he became infected. Maybe it was the countless amounts of times he shared needles with numerous other heroine addicts or it very well could have been during the many times he had sex without protecting himself. Whatever the reason, it wasn’t enough for him to leave his addiction.
“I had it all wrong. I thought that because I had HIV, I would stop using drugs,” said Miranda. “I used [HIV] as a way of changing my life, but it didn’t work out that way.”
Though Miranda has had two previous failed attempts at overcoming his addiction to heroine, in Las Memorias, he struggles day-to-day so as not to worsen his illness. Helping to build dog houses is just one of the ways he keeps his mind busy so that he doesn’t think about his addiction.
The dog houses, which are sold for at least $10, help bring in a little extra money to pay for expenses or even to fill up the vans’ gas tanks to transport patients to and from the hospital.
Sometimes, though, Miranda has to work twice as hard when he gets a sudden urge to use heroine. He said that recovering from his addiction is much more difficult after having spent time in a rehabilitation center.
“You become addicted to the suffering and you keep tripping over the same rock,” said Miranda. “You become pig-headed because you think the outcome will be different, but you fall into the same thing.”
Although Miranda sometimes doubts he will ever be able to overcome his addiction, he demonstrates that even during the toughest, most negative moments in one’s life, change is still possible. An example is the personal freedom that Las Memorias has helped him find in himself.
“Personal freedom is within one’s self,” said Miranda. “Everything I do here [in Las Memorias] feeds me spiritually. It helps me feel good.”